MARRAKECH EN MOTO


Toda una experiencia.
No sé cuántas veces he estado en Marrakech, pero si es cierto que como esta última visita ninguna, y todo gracias a que alquilamos una moto para los dos días de nuestra estancia allí.
Es cuando menos una experiencia singular, que nos reportará momentos divertidos y alguno de pánico, pero que sin duda merece la pena hacer.

Yo no quería alquilar la moto (al magnífico precio de 200 dirhams tras un largo y tendido regateo) porque realmente la circulación es caótica y van como locos, pero al final me convencieron las ventajas que suponía tener desplazamiento rápido y económico, además de no tener que andar peleando con los taxistas negociando precios continuamente. La primera bronca fue para conseguir que nos dieran dos cascos, o “kaskas”, como le llaman los marrakshís. Por ley el conductor tiene que llevarlo puesto, pero al pasajero que le den, jejejeje. Así después de un rato conseguimos que nos trajeran un segundo casco, que hube de ponerme del revés, con la visera hacia atrás, porque no tenía hebilla y la cinta estaba anudada, por lo que la única manera de protegerse era poniéndolo así, cosa linda. Menos mal que no nos vio nadie conocido con semejante pinta.

Eso sí, candado no conseguimos así que nos explican que la moto hay que dejarla siempre en un parking. No es problema, donde haya un poco de espacio y un chaval con ganas de trabajar, ahí se establece un parking sobre la marcha.
La moto scooter, realmente no daba mucho de sí, máximo circularía a 30 por hora, pero mejor, así íbamos más tranquilos. Inmersos ya en el caótico tráfico, nos dirigimos hacia los aledaños de la Plaza Jemaa el-Fna, donde aparcamos en un parking de motos al aire libre. Allí te escriben con tiza un número en el sillín, y te entregan un papelito con el mismo número. Tras un magnífico almuerzo en el Palais Arabe, a la hora de recoger la moto, como el precio no está estipulado, le damos dos dirhams y nos vamos hacia la zona del Mellah o barrio judío. Es una gozada ir en la moto, porque no te da miedo a perderte y callejeamos por donde nos parece. Cuando quieres ubicarte, solo tienes que buscar o las murallas de la ciudad o la silueta de la Koutoubia, y listo, ni gps ni nada de nada.
Aprovechamos en un par de horas para ver una exposición, tiendas de tejidos, tomar un té, y hacer algunas compras en una plaza situada al lado del Palacio de la Bahía. Después de esto, volvemos a coger la moto y nos acercamos de nuevo a la plaza, para después regresar a la zona de Gueliz, donde está nuestro hotel. Dejamos la motillo aparcada en la misma puerta del Hotel Dellarosa, donde nos alojamos y le decimos al portero que por favor la tenga vigilada.

Al día siguiente, bien pertrechados con nuestras kaskas, nos marchamos a hacer una incursión en el laberíntico trazado de la medina. Cámara en mano para ir grabando la experiencia, recorremos durante una hora el entramado de calles estrechas, llenas de comercios, turistas y más motos que se cruzan con nosotros y que nos miran con cara de asombro, pues no es habitual ver a dos “guiris” en moto y por la medina. De allí, a la zona moderna, por avenidas y bulevares, con intenso tráfico pero que al ir en moto vas sorteando con facilidad, y en un periquete estamos en el precioso Café de la Poste. Nos tomamos un exquisito y caro café con leche (35 dirhams cada café), y descansamos antes de ponernos en marcha hasta el Hotel Meryem, donde estamos invitados a comer.

Como ya se acerca la hora en que debemos dejar la moto a su dueño, decidimos terminar nuestra visita por todo lo alto, y nos encaminamos hacia La Mamounia, el emblemático hotel de África, el más ilustre y con más solera del continente. En un periquete nos plantamos allí, eso sí, la moto la aparcamos a una manzana del hotel para que no nos vean llegar con semejante pinta, que si no, seguro que no nos dejan entrar. El hotel es una joya, se respira glamour nada más atravesar la puerta de acceso. Jardines, fuentes, cenadores, pabellones, alfombras, lámparas, maderas, muebles, todo es maravilloso y por un momento comprendemos el valor de la palabra lujo. Damos un paseo por los jardines y después nos tomamos un té en la terraza, acompañado por unas minúsculas y exquisitas madalenas, todo ello servicio de plata y atendido por un elegante personal.
Ya corre el tiempo en contra, debemos dejar la moto a las cinco. Atravesamos el centro de la ciudad, acompañados por la Koutoubia en nuestro peregrinar, y puntuales como es de ley, entregamos nuestro preciado medio de transporte a su legítimo dueño. Se terminó lo bueno y ahora debemos regresar a casa. De verdad que ha sido la forma más divertida y aprovechada de visitar Marrakech. Merece la pena llevarse algún que otro sobresalto, a cambio de ver la ciudad desde otro punto de vista. Barato, rápido y eficaz. La próxima vez ni me lo pienso, a por la moto nada más bajarnos del avión.
Por «Berta Perales»

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