LA SOCIEDAD TANGERINA EN LOS AÑOS TREINTA


Tánger está llena de fantasmas. Son los espíritus de todos los que fueron seducidos por ella. Para desentrañar ese halo misterioso, estos fantasmas que la habitan, hay que trasladarse a la primera mitad del siglo XX.

Los españoles se reunían en el teatro Cervantes los domingos para escuchar música, Raquel Meller, Imperio Argentina, Lola Flores, Juanito Valderrama. Tánger era libertad y locura. Los españoles del Protectorado viajaban a la sala Mauritania para ver los desnudos femeninos censurados en España. Allí se construyó también la plaza de toros más grande de África, donde tras muchas tardes de toros, cerró el coso taurino “El Cordobés”, en el año 1970.

Los limbos legales son buenos para divertirse, pero mejores para hacer fortuna sin vigilancia. Durante sus años de interzona, Tánger se convirtió en reino de contrabandistas, traficantes de armas, blanqueadores de dinero y exiliados políticos. Tánger fue el banco de espías, divisas internacionales y conjuras diplomáticas que inspirarían el filme Casablanca.

Pero los limbos atraen también a los artistas. Edmundo de Amicis, Jean Genet, Alejandro Dumas, Mark Twain, Pío Baroja, Paul Morand, Tennessee Williams, Juan Goytisolo, Ángel Vázquez, Pierre Loti, William Burroughs, Truman Capote, Paul y Jean Bowles, Matisse, Delacroix o Fortuny pasearon las calles de esta ciudad mágica.

Muchos de ellos abrieron residencia en Tánger, celebrando tertulias y fiestas inolvidables, como las que organizaba Bárbara Hutton; otros se alojaron largas temporadas en hoteles, como el Internacional, el Continental, El Minzah. Todavía hoy podemos ver fotos de estos personajes en las escaleras del patio del Hotel el Minzah.

Se dice que incluso Rimsky-Korsakov, seducido por la magia de Tánger, compuso aquí la obertura de Sherezade.

En definitiva, Tánger en los años treinta fue la ciudad de las artes, de la diversión, del peligro y de la aventura de vivir. Una ciudad moderna y cosmopolita que todavía sueña este pasado esplendor.